miércoles, 30 de junio de 2010

A una amiga desconocida (Destino: Isidora)

Niña mía,
¿Cómo decirte que este sol que muele mis espaldas no es castigo de algún dios cruel? ¿cómo puedo caminar por allí igual que todos y aún ser capaz de sonreír? La gente es definida por sus actos y yo simplemente soy un ser despreciable que no necesita de poesía ni de amor para serlo (¡Cuan grande era la bondad de Raúl que necesitó esos inestables elementos para ser alguien con mínimo valor!).

He caminado ya bastante y me desvío de mi rumbo para recordarte. Para imaginarte. Para saberte existente. Liliput es una ciudad lejana y yo soy impaciente, y a veces melancólico. He visto niña mía, como las ratas pueden derrumbar imperios y como los bichos taladran libros y bibliotecas. Así que no me queda otra opción que buscar y desear ese lugar al que solo se llega cuando los deseos son simples escaramuzas de memorias oxidadas.

Hoy he comprobado niña mía, que soy poco más que nada y que ni mis pasos son de mi propiedad. ¿Te cuento que pasa entre las calles que soplan? No, no es necesario y no quiero amargarte, conmigo es suficiente. Isidora se presenta a lo lejos y se nota entre neblinas. Camino, camino, camino. Estoy harto, cansado, pero la ciudad da refugio a desamparados, desesperados y perdedores (todo esto tan mío). Un tal Italo vende cigarrillos al costado de la carretera. Sonríe y parece bondadoso. Compro una caja, porque no hay nada más que comprar allí y porque imagino que a veces tu olor es como el del papel brillante que viene dentro.

Niña mía, es suficiente que abramos los ojos para extraviarnos, más tú (desconocida) y yo. Creo que de alguna extraña forma nos parecemos. Nos equivocamos hasta el cansancio y somos unos mentirosos de gran calibre. Sí, sobre todo en esto último creo nos parecemos. Quizá no, quizá sólo mienta una vez más. La crueldad de ser humano me permite avanzar y pisotear a algún tipo normal. Pero te aseguro, a veces siento ganas de llorar en mitad de la calle. Tú estás entre cruce de carros, desconocida, entre semáforos, ajena a mis palabras, sin encontrar una sola razón para que mi respiración te encuentre. Ya lo sabes. Este mundo está lleno de truhanes.

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