miércoles, 8 de noviembre de 2017

"Celia" un cuento en Grupo Jauría

Hay algo en estas calles que me recuerda a Vinci, la ciudad ficticia que creó Nic Pizzolatto para la segunda parte de True Detective. Hay algo en el viento que comparten estos lugares que logra que la gente pierda la esperanza. Por fortuna, por ahora, queda la literatura para salvarnos. 

Hace unos días publiqué en el blog Grupo Jauría un cuento titulado Celia que apareció inicialmente a comienzos de 2016 en la antología Vuelo de palabras del Taller José Manuel Arango - Relata Valledupar. Allí hay un compendio de cuentos y poemas (muchos de los cuales ya han sido publicados en ese blog) de la pandilla de amigos que contra todo pronóstico continúa con el afán de seguir escribiendo y publicando cuentos y poemas en este lugar que parece condenado por el sol. Debe haber algo de masoquismo en todo ello, algo de desahogo que permite que la gente se pierda en la magia de las palabras y olvide el barullo de la calle. Ese algo que no parece existir en tierra de nadie (¿existen poetas en Vinci?), pero bueno, de eso no trata este post, solo quería dejar un enlace. A continuación se puede leer el primer párrafo del cuento:
No tenía ni puta idea de dónde estaba la Osa Mayor, pero cuando Celia me preguntó, yo le apunté con mi dedo índice a un grupito de estrellas, las que más brillaban esa noche. Ella me preguntó entonces cómo es que sabía en dónde encontrarlas. Le solté un rollo sobre los astros y le dije que, de pequeño, mi papá me enseñó a diferenciarlas, que no era tan difícil. No sé si Celia me creyó pero la tenía bien pegada a mí y le sentía la respiración, las teticas moviéndosele y su piel tibia recostada a las barandas del balcón. Le quise agarrar las nalgas pero ella notó mi intención y se movió a un costado. Me pidió que le prestara el baño, me hizo cara de urgencia. Celia sabía dónde estaba el baño. La vi caminar por el pasillo y voltear en esa dirección. Escuché cuando cerró la puerta, después, se quedó en silencio.

viernes, 6 de octubre de 2017

The Cure para no morir en las mañanas

Hoy el Guatapurí amaneció tranquilo. Se nota verde por el reflejo de los árboles de los costados y la luz de la mañana le hace brillar como si allí habitara un hada mágica. Estoy tomando un descanso o contestando una llamada y lo veo desde mi lugar en el mundo. Allá, de aquel lado del mundo, en las orillas del río, los vendedores organizan sus chazas y las mujeres, van en bañadores o en pequeños pantalones de jean acompañadas siempre por chicos sin camisas que llevan latas de cerveza en las manos. Es temprano en la mañana, y aunque de aquel lado del mundo suena la música con sus pitos y sus alaridos, en mi cabeza siguen danzando esas voces tristes que dicen lo de Remembering you standing quiet in the rain pero aquí el sol calienta como loco, nena. Veo a mujeres de bellos traseros que siguen caminando por el borde del río, riendo, algunas entran al agua y beben cerveza, otras simplemente se acomodan sobre las piedras y dejan pasar el rato. Debe ser viernes, que es, creo, el día menos triste de todos y siento que algo estoy haciendo mal pues debería estar allí con el agua fría hasta la cintura y varias cervezas en la cabeza pero por el contrario, en mi cubículo me espera una hoja de cálculo para que le exprima verdades y el río se ve distante desde aquí. Sigo la estela invisible que mandan mis auriculares desde el escritorio e imagino los golpes en la batería y una voz que me dice algo de ti, quizá un Whenever I'm alone with you/ You make me feel like I am fun again. Ese algo que me da alivio, esa canción de amor, ese algo que me cura de estas mañanas. Ahora estoy sentado frente a la pantalla y veo barras, datos y más datos y por entre las celdas de la hoja de cálculo veo como caen en cascadas, el agua y los sueños y veo claro a las muchachas con la piel tostada por el sol y el viento. Hay algo en esa música, nena, en la telaraña de los recuerdos, que me hacen pensar en el agua, el río, las cervezas y el aroma de tu casa y todo a oscuras y en silencio.